viernes, 20 de diciembre de 2019
miércoles, 18 de diciembre de 2019
FELIZ NAVIDAD
Queridos lectores
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Estas
fiestas son entrañables y tristes a la vez. Nos falta alguien en
nuestra mesa, aunque siempre permanecerán en nuestros corazones y
estarán también con nosotros. Son alegres y melancólicas, pero
es cierto que existe en estos días un color, olor, sonido y sabor
diferente en cada lugar.
Es el olor, sabor, color y sonido de la Navidad que la hace tan especial.
El recuerdo que deja un libro es más importante que el libro mismo
Gustavo Adolfo Bécquer
No olvidemos regalar estas navidades libros a nuestros amigos y familiares para que no solo recuerden el libro, sino también a la persona que se lo descubrió.
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El recuerdo que deja un libro es más importante que el libro mismo
Gustavo Adolfo Bécquer
No olvidemos regalar estas navidades libros a nuestros amigos y familiares para que no solo recuerden el libro, sino también a la persona que se lo descubrió.
Desde la Biblioteca del IES Pablo de Olavide
os deseamos
FELIZ NAVIDAD
martes, 17 de diciembre de 2019
Cuentos de Navidad
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Queridos lectores
¿Queréis leer Cuentos de Navidad? Es la época ¿no?.
Sentémonos al calor del hogar, observemos el brillo de los adornos en el árbol, la luminosidad del Nacimiento en nuestro Belén... El frío de la noche en los cristales de nuestras ventanas,hace que nos arrebujemos en nuestros cómodos
sillones.
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Leamos estas bellas historias.....
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Resumimos uno de los clásicos cuentos de Navidad, el de Charles Dickens....
El
protagonista es el señor Ebenezer Scrooge, un hombre avaro y tacaño que
no celebra la fiesta de Navidad a causa de su solitaria vida y su
adicción al trabajo. No le importan los demás, ni siquiera su empleado
Bob Cratchit, lo único que le importan son los negocios y ganar dinero.
Una noche, en víspera de Navidad, Scrooge recibe la visita de un fantasma que resulta ser el de su mejor amigo y socio Jacob Marley, que muere siete años antes del inicio de la historia. El espectro le cuenta que, por haber sido avaro en vida, toda su maldad se ha convertido en una larga y pesada cadena que debe arrastrar por toda la eternidad. Le anuncia a Scrooge que ya ha superado el conjunto de sus maldades, por lo tanto, cuando muera tendrá que llevar una cadena mucho más larga y pesada. Entonces le anuncia la visita de tres espíritus de la Navidad, que le darán la última oportunidad de salvarse. Scrooge no se asusta y desafía la predicción.
Esa noche aparecen los tres espíritus navideños: el del Pasado, que le hace recordar a Scrooge su vida infantil y juvenil llena de melancolía y añoranza antes de su adicción por el trabajo; así como por su desmedido afán de enriquecerse.
El del Presente hace ver al avaro la actual situación de la familia de su empleado Bob Cratchit, que a pesar de su pobreza y de la enfermedad de su hijo Tim, celebra la Navidad.
Luego el Espíritu le muestra cómo todas las personas celebran la Navidad; incluso el sobrino de Scrooge, Fred, celebra la Navidad de una manera irónica pero alegre (debido a que los invitados no quieren la presencia del avaro). Al final el espíritu muestra a un par de niños de origen trágicamente humano: la Ignorancia y la Necesidad; posteriormente el espíritu desaparece inmediatamente a la medianoche.
El Espíritu del Futuro, mudo y de carácter sombrío, le muestra lo más desgarrador, el destino de los avaros: su casa saqueada por los pobres, el recuerdo sobrio de sus amigos de la Bolsa de Valores, la muerte de Tim Cratchit y lo más espantoso: su propia tumba, ante la cual Scrooge se horroriza finalmente e intenta convencer al espíritu de que está dispuesto a cambiar si le invierte el destino. Al final, el avaro despierta de su pesadilla y se convierte en un hombre generoso y amable.
Una noche, en víspera de Navidad, Scrooge recibe la visita de un fantasma que resulta ser el de su mejor amigo y socio Jacob Marley, que muere siete años antes del inicio de la historia. El espectro le cuenta que, por haber sido avaro en vida, toda su maldad se ha convertido en una larga y pesada cadena que debe arrastrar por toda la eternidad. Le anuncia a Scrooge que ya ha superado el conjunto de sus maldades, por lo tanto, cuando muera tendrá que llevar una cadena mucho más larga y pesada. Entonces le anuncia la visita de tres espíritus de la Navidad, que le darán la última oportunidad de salvarse. Scrooge no se asusta y desafía la predicción.
Esa noche aparecen los tres espíritus navideños: el del Pasado, que le hace recordar a Scrooge su vida infantil y juvenil llena de melancolía y añoranza antes de su adicción por el trabajo; así como por su desmedido afán de enriquecerse.
El del Presente hace ver al avaro la actual situación de la familia de su empleado Bob Cratchit, que a pesar de su pobreza y de la enfermedad de su hijo Tim, celebra la Navidad.
Luego el Espíritu le muestra cómo todas las personas celebran la Navidad; incluso el sobrino de Scrooge, Fred, celebra la Navidad de una manera irónica pero alegre (debido a que los invitados no quieren la presencia del avaro). Al final el espíritu muestra a un par de niños de origen trágicamente humano: la Ignorancia y la Necesidad; posteriormente el espíritu desaparece inmediatamente a la medianoche.
El Espíritu del Futuro, mudo y de carácter sombrío, le muestra lo más desgarrador, el destino de los avaros: su casa saqueada por los pobres, el recuerdo sobrio de sus amigos de la Bolsa de Valores, la muerte de Tim Cratchit y lo más espantoso: su propia tumba, ante la cual Scrooge se horroriza finalmente e intenta convencer al espíritu de que está dispuesto a cambiar si le invierte el destino. Al final, el avaro despierta de su pesadilla y se convierte en un hombre generoso y amable.
El
cambio lo vive el propio Scrooge cuando finalmente celebra la Navidad,
hace que un jovenzuelo le compre el pavo y lo envíe para su empleado
Cratchit sin dar a conocer quién lo mandó. Posteriormente sale a la
calle para saludar a la gente con una "Feliz Navidad" y entra en
casa de su sobrino Fred para festejar, causando asombro entre los
invitados. Con respecto a Cratchit, finge reprenderlo por su llegada
tarde al trabajo; le da un aumento de sueldo y va con él para ayudar a
la familia y en especial a Tim en su tratamiento de la enfermedad, lo
que al final causa felicidad en ellos haciendo memorable la frase del
pequeño Tiny Tim: " Y que Dios nos bendiga a todos".
...Ahora sí, perdámonos en el mundo mágico de los cuentos.....
¿Qué cuento os gusta más?
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Caía
la noche y un gran manto de nieve, cubría el parque. Un parque
tranquilo, donde el ruido dormía y sólo los murmullos de los animalitos
se escuchaban en la oscuridad. Tras la ventana de una casita hecha de
hojas vivía la rana Lucy, era una ranita muy alegre, con grandes ojos y
patitas cortas. Miraba embobada como los copos bajaban lentamente como
si estuvieran bailando una danza. En el parque también vivían otros
animalitos, pero eran muy orgullosos y presumidos, sólo el grillo
Guillermo quería de verdad a la ranita. Era un grillo negro, muy negro,
pero muy educado y elegante, tenía un bonito sombrero que sólo se ponía
en las grandes ocasiones.
Llego
el día que todos esperaban, la fiesta de Navidad, la rana y el grillo,
tenían muchos deseos de ver todos los adornos de la gran ciudad y
pensaban acercarse a ver un gran Belén viviente que iban a colocar en la
Plaza Central. Les gustaba mucho cantar villancicos. A veces se ponían
un poquito tristes de estar tan solitos, pero enseguida recordaban dónde
jugaban los niños, y disfrutaban de verlos correr y reír.¡Todas las
penas se marchaban|.
Lucy
y Guillermo se prepararon para ir a la ciudad. Lucy se puso su chaleco y
su bufanda a cuadros y Guillermo su sombrero de copa. Atravesaron el
parque. Algunos animalitos se burlaron de ellos, diciendo: ¡Mirad que
pintas llevan| ,¡ Se creen muy finos|. Pero nuestros amigos no le dieron
importancia y siguieron su camino. Al poco tiempo oyeron un gemido, se
preguntaron: ¿Qué es eso?. Cada vez lo oían más cerca. De pronto,
descubrieron a un pobre
saltamontes que estaba aterido de frío. ¡Pobrecito, qué te pasa?. Dijo
Lucy. Estaba saltando y se me echó la noche encima, me quedé tan helado
que no podía moverme. Los animalitos me vieron, pero
ninguno me ayudó. ¡Ves Guillermo|. Dijo Lucy. Todos son muy orgullosos,
pero no tienen corazón. La ranita y el grillo, le prestaron sus
ropas y le abrigaron, mimándolo para que entrara en calor. El
saltamontes agradecido, les dijo: Conozco un lugar donde podéis pasar
las mejores Navidades de vuestra vida, además hay un Belén tan bonito
que no se os olvidará nunca. Allí, fueron los tres.
Era
cierto lo que les contó el saltamontes. En una cunita de paja, había un
niño tan bonito, y tenía una mirada tan dulce que a la ranita se le
escapó una lágrima. Un buey y una mula le guardaban y San José y la
Virgen María le velaban. Se acercó a él, despacito, dando dos saltitos y
le susurró al oído: Yo sé, que eres Jesucristo, que amas mucho a los
niños, yo también. Tal vez juntos podamos luchar para que siempre sean
felices y no lloren. ¡No quiero que se odien| ¡creemos entre todos un
mundo mejor|. Sé que eres sólo un muñeco, y que los que me miran
pensarán que soy una rana loquita, pero yo sé que me escuchas. La ranita
se dio la vuelta y de repente el grillo chilló: ¡Ranita, ranita , el
niño te ha sonreído|. Era verdad, una gran sonrisa iluminaba la cara del
niño Jesús.
Tal
vez el niño no sonrió, pero lo importante es que en nuestro corazón
tengamos tanto deseo de amor como la ranita que nos haga creer hasta en
lo que no es real. Los amigos volvieron a casa, y esa fue la Navidad más
feliz de su vida.
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Habían
dado las vacaciones de Navidad. En la función del colegio todos los
padres aplaudían a sus hijos con alegría y entusiasmo. Alba se había
vestido de pastorcilla y estaba muy contenta. A sus tres años, era la
primera vez que actuaba delante de tanta gente y eso le ponía algo
nerviosa, sin embargo todo su texto lo recitó muy bien y sin
equivocarse. Aunque no viera a sus amiguitos por unos días, Alba estaba
feliz, era la época del año que mas le gustaba. Le gustaba ver las
luces de las calles alumbradas, y pasar a comprar castañas calentitas en
el puesto que hacía esquina, era el de la señora Clara. Faltaban dos
días para Navidad. Desde la ventana se podía ver como la blanca nieve
había cubierto todos los árboles, las calles, los tejados, todo estaba
nevado. Dentro de casa había un ambiente muy navideño que Alba y sus
papás se habían encargado de crear. Había abalorios de navidad por todas
partes. Alba estaba muy contenta porque su abuela había ido a pasar
esos días con ellos. Su abuela se llamaba Ana, y era una persona
bondadosa, honesta y comprensiva; era genial y la adoraba. Sabía las
historias más bonitas e impresionantes que nadie podía imaginar, y
cuando Alba tenía un problema su abuela siempre estaba allí con la mejor
solución. La quería muchísimo y se lo pasaban de maravilla cada vez que
estaban juntas. Su abuela y ella habían pasado la tarde jugando,
haciendo vestidos para sus muñecas y contando adivinanzas. Sin embargo,
Alba estaba triste, pensaba que esas eran sus peores navidades y ni
siquiera su abuela podría ayudarla. Sus papás no estaban en casa y
seguramente no pasarían esas navidades con ella. Antes de acostarse, su
abuela, le contó un bonito cuento de Navidad, en el que decía que si
pides un deseo con todas tus fuerzas se cumple gracias al milagro de la
Navidad. Cuando terminó el cuento, le dio un beso muy grande de buenas
noches a su abuela, y pidió su deseo con todas sus fuerzas, igual que en
la historia que le acababa de contar su abuela. Este era que sus papas
volvieran pronto. A la mañana siguiente se despertó algo confusa, oía
hablar en el salón y a la vez alguien que lloraba. Cual fue su sorpresa
al ver que allí estaban sus papás y sus abuelos muy contentos. Su mamá
le dio un beso a Alba y le dijo: Cariño, este es Alejandro, tu
hermanito. Alba lo miró y pensó que era el bebé más bonito que había
visto nunca. Pronto entendió quien era al que había oído llorar. Eran
las mejores navidades que había pasado y se dio cuenta una vez mas que
su abuela tenia razón: El Milagro de la Navidad existe.
Hace
mucho tiempo, durante una guerra terrible que asolaba los campos, una
madre y sus dos hijos pequeños vivían en una casita, cerca de un bosque.
El padre de los niños estaba en la guerra y ellos estaban tristes
pensando en él. Eran malos tiempos. Los soldados pasaban y se llevaban
todo lo que habían plantado en el huerto, sus gallinas, sus cerdos y
cualquier otra cosa comestible que encontraban. Sí, eran muy malos
tiempos. Por suerte tenían buenos vecinos y se ayudaban mutuamente en lo
que podían. Pero las guerras no solo son duras para las personas.
También son muy malas para los árboles. Los bosques alrededor de la casa
habían sido heridos por el fuego de los cañones, o cortados para hacer
hogueras que calentasen a los soldados. Cerca de la casa de Ana y Juan,
que así se llamaban los niños de nuestra historia, una gran batalla
había destruido todos los grandes árboles, pero un abeto joven seguía
intacto. Era tan pequeño aún, que las balas de cañón le habían pasado
por encima sin tocarlo. El pequeño abeto se había puesto muy triste al
ver a sus mayores morir de forma tan cruel. Él ya sabía que el destino
de todos los árboles era morir algún día, pero después de haber ayudado a
las personas de muchas maneras; construyendo sus casas y sus muebles o
siendo mástil de un gran barco de guerra. "¡Eso si sería un bonito
destino!", pensó el pequeño árbol. Imaginó las velas que él sustentaría
firmemente, incluso en la peor de las tormentas y cómo los marineros
alabarían su entereza y gallardía. Pero era demasiado pequeño para eso.
Pensaba, asustado, que la guerra podía terminar sin que él hubiera
podido hacer nada útil. Nadie parecía darse cuenta de su existencia
hasta que una mañana vio que una mujer y dos niños se aproximaban. La
niña tosía mucho, pero el niño y su mamá parecían bastante fuertes. Se
le acercaron decididos y para deleite del árbol, la mamá saco una
pequeña hacha y cortó su delgado tronco. “¡Esto si que es una aventura -
pensaba el arbolito -. Quizá esta señora y sus hijos construyen barcos
diminutos y me usarán como mástil de uno de ellos...!” Juan
y su mamá, pusieron el árbol en una esquina del comedor de la casa, y
lo colocaron bien recto."¿Qué irán a hacer conmigo?", se preguntaba el
abeto, pero cuando vio que los niños cogían sus juguetes viejos y los
colgaban de sus ramas y empezaron a decorarlo con pequeños trozos de
cintas, comprendió que se había convertido en un Árbol de Navidad. Por
un lado, no había mejor destino que ser Árbol de Navidad, pero por otro a
él le hubiera gustado ser un potente mástil que desafiara vientos y
tempestades en medio de los océanos. Como no tenía muchas opciones,
decidió que sería el mejor Árbol de Navidad del mundo. Enderezó sus
ramas tanto como pudo, y cuidó de que no se le cayera de ellas ningún
juguete ni adorno cuando la pequeña Ana, que apenas había comido por
culpa de la fiebre y la tos, se le acercaba tambaleando un poco, para
acariciar sus verdes ramas. La mamá de Juan y Ana, a falta juguetes
nuevos, les contó esa noche bonitos cuentos de hadas y duendes,
historias de la Biblia y relatos de otras navidades pasadas, hasta que
los niños se durmieron. El
Árbol escuchó bien atento todas y cada una de las palabras y las
recordó, porque los árboles tienen la mejor memoria de todas las
plantas. No son como la hiedra, que recuerda solo lo que quiere o como
el césped que se olvida de todo. Aún estuvo unos días el Árbol en la
esquina de la sala, pero no vio a la pequeña Ana, que estaba en cama,
muy enferma. Él quería ayudar pero todo lo que podía hacer era seguir
sosteniendo los juguetes en sus ramas que, por cierto, ya empezaban a
dejar caer algunas de sus agujas lo que le producía un ligero dolor. Esa
era la parte desagradable de ser un Árbol de Navidad.
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Mientras
todos los niños ayudaban en sus casas en los preparativos para la
Nochebuena, Pedro, de 7 años de edad, trabajaba en la joyería de Don
Juan para ayudar con el sostenimiento de su casa. Don Juan era un joyero
de mucho dinero, pero al mismo tiempo, un hombre sin familia, a quien
solamente le importaba el dinero y miraba a Pedro como un simple
trabajador más no como un niño. El día de Navidad, Pedro quería
retirarse temprano del trabajo para comprar algunas cosas para la cena y
ayudar a su mamá. Contemplando en la ventada como algunos niños
jugaban, Pedro escuchó un grito que lo hizo temblar:
- ¡Pedro!, gritó Don Juan.
- Sí señor, respondió él
- ¿Qué haces mirando por la ventana? Aún no ha terminado tu trabajo.
- Pedro contestó: ¡Hoy es Navidad!, hoy es el cumpleaños del Niño Jesús, hoy es un día muy especial.
- ¡Pues a mi no me importa! ¡Crees que hoy vas a poder escaparte mas temprano de tus deberes, trabaja mejor!, replicó.
- Pero Don Juan, hoy quería comprar algunas cosas para la cena de Navidad, suplicó el niño.
-
¡Para la cena de Navidad!, se burló el joyero. Tú lo único que quieres
es escaparte más temprano. Hoy es un día común y corriente; mejor sigue
trabajando si quieres mantener tu empleo.
- Sí don Juan, contestó Pedro muy triste.
El
niño continuó trabajando, con lágrimas en los ojos. Su corazón estaba
muy triste y angustiado y temía que Don Juan no lo dejase pasar la
Navidad junto a su familia. En medio de ese aterrador pensamiento,
elevó una plegaria a la Virgen María pidiéndole su intercesión para que
pudiese pasar una linda Navidad con su familia. Poco después, Don Juan,
inesperadamente, gritó tan fuerte que casi se le sale el corazón a
Pedro.
- ¡Pedro, Pedro ven apúrate! - gritaba el joyero horrorizado.
- Don Juan ¿que le pasa? Preguntó.
Don Juan asustado abraza a Pedro y le dice: "Vi un fantasma, vi un fantasma!
- Pedro miró para todos lados en la habitación de Don Juan y no vio nada.
- Cálmese, dijo. Yo no veo nada.
- ¿Me estas tratando de mentiroso?, exclamó el anciano.
- No don Juan, disculpe no quise decir eso.
- ¡Sigue trabando mejor!, fue una pesadilla ¡sigue trabajando!
Don
Juan seguía atemorizado por lo que según él había visto. No queriendo
permanecer ni un momento solo, se le ocurrió pedirle a Pedro que se
quedara con él hasta bien entrada la noche. "Por si acaso", pensó. Don
Juan llamó al niño y le dijo:
- Pedro, necesito que hoy te quedes hasta más tarde.
- Pero señor, hoy es Navidad y mi familia me esta esperando.
- ¡Pedro te pago el doble!
- Pero Don Juan, ya tengo casi terminado mi trabajo y debo ir a casa.
Don
Juan no le quería confesar que estaba asustado y el niño lo sabía, pero
él se resistía a quedarse porque era Navidad. Entonces, se le ocurrió
una magnífica idea: "invitar a Don Juan a su casa a pasar la navidad".
-Don Juan: lo invito a pasar la Navidad con nosotros para que no se quede solo.
Don Juan estaba emocionado por el ofrecimiento de Pedro, ya que nadie lo invitaba a su casa y, sin pensarlo, aceptó.
Cuando llegaron a la casa de Pedro, Don Juan se quedó muy impresionado
porque en esa humilde casa, había mucha alegría y generosidad. Don Juan
sonrió como nunca lo había hecho, se dio cuenta que nunca había tenido
una Navidad y ahora la compartía con una familia muy sencilla y amable.
Sus mejillas se sonrojaron y sobre ellas rodaron muchas lágrimas de la
emoción y felicidad que sentía. Al final de la noche, Don Juan se
comprometió a ser más justo y considerado con el niño, y a desprenderse
de sus bienes a favor de los más necesitados
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"Freiz
Navad" dijo . Yo no podía responder a algo que no entendía. No tenía ni
idea de lo que decía ese hombre ni de lo que quería. "Freiz Navad" dijo
de nuevo, esta vez señalando un viejo y sucio saco de algodón que
llevaba consigo... Yo seguía sin poder responder. Me volví hacia la
cocina donde mamá estaba haciendo esas cosas secretas para hacer las
cenas de Navidad tan fabulosas. Vi la sorpresa reflejada en su cara
cuando ella vio quién estaba en el umbral de la casa.
"Joe, será mejor que hables con ese hombre ...", dijo mamá.
Mi
padre vino a la puerta trasera. Puso ambas manos sobre mis hombros
mientras que, una vez más, oí al viejo decir "¡Freiz Navad!". Mi
padre hablaba suficiente navajo para entenderse. Oí unas cuantas
palabras que creía comprender, pero no las suficientes como para saber
lo que estaba pasando. Él y mi padre hablaron durante un minuto, más o
menos, y, después, papá se volvió hacia mí y me dijo:
"David
, ve, entra en casa y coge una bolsa grande de la tienda . Quiero que
la llenes con manzanas, naranjas y algunas libras de piñones. Vamos a
ayudar a este anciano. Es de Gamerco. Ha andado las 7 millas hasta
nuestra ciudad por la nieve para llevar algo de comer a su familia .
Dice que toda su familia está enferma y nosotros debemos ayudarle".
"Freiz Navad," dijo de nuevo el anciano a la vez que señalaba su viejo
saco.
Creo
que fue en ese momento cuando finalmente comprendí lo que estaba
pasando. El hombre viejo nos deseaba, de la única forma que sabía, una
Feliz Navidad. Estaba pidiendo comida y ayuda para su familia. Corrí de
vuelta a la salita y empecé a llenar la bolsa de la tienda con manzanas y
naranjas que mi madre me pasaba. Incluso metí un par de esas cañas de
azúcar y después un par más. Puse piñones en la bolsa casi hasta cubrir
la fruta . Después puse unas cuantas naranjas más para acabar de llenar
completamente la bolsa. Mientras volvía vi a mi padre dar al hombre
viejo un billete de cinco dólares. Le pasé al anciano nuestra bolsa de
papel y esperé mirando como echaba todas las manzanas, naranjas y
piñones a su bolsa de algodón . Se le cayó una naranja . Me agaché a por
la naranja que rodaba al mismo tiempo que el hombre viejo lo hacía. Sus
manos cubrieron las mías por unos instantes . Me miró a los ojos y
esgrimió una gran y desdentada sonrisa. !Oh, como brillaban sus ojos
oscuros! Yo me quité de mi cuello mi bufanda roja totalmente nueva y se
la enrollé en el suyo.
Ahora
bien , no lo supe en aquel momento pero seguro que mi corazón sabía que
acababa de aprender algo muy importante, una lección muy valiosa... una
enseñanza que llevaría siempre conmigo para siempre . Es mucho mejor dar que recibir. ¡¡FREIZ NADAD!!
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Sólo
faltaban cinco días para la Navidad. Aún no me había atrapado el
espíritu de estas fiestas. Los estacionamientos llenos, y dentro de las
tiendas el caos era mayor. No se podía ni caminar por los pasillos. ¿Por
qué vine hoy? Me pregunté. Me dolían los pies, lo mismo que mi cabeza.
En mi lista estaban los nombres de personas que decían no querer nada,
pero yo sabía que si no les compraba algo se resentirían. Llené
rápidamente mi carrito con compras de último minuto y me dirigí a las
colas de las cajas registradoras. Escogí la más corta, calculé que
serían por lo menos 20 minutos de espera. ,
Frente
a mí había dos niños, un niño de 10 años y su hermana de 5 años. Él
estaba mal vestido con un abrigo raído, zapatos deportivos muy grandes, a
lo mejor 3 tallas más grande. Los jeans le quedaban cortos. Llevaba en
sus sucias manos unos cuantos billetes arrugados. Su hermana Lucía como
él, sólo que su pelo estaba enredado. Ella llevaba un par de zapatos de
mujer dorados y resplandecientes. Los villancicos navideños resonaban
por toda la tienda y yo podía escuchar a la niñita tararearlos. Al
llegar a la caja registradora, la niña le dio los zapatos cuidadosamente
a la cajera, como si se tratara de un tesoro. La cajera les entregó el
recibo y dijo: son $6.09. El niño le entregó sus billetes arrugados y
empezó a rebuscarse los bolsillos. Finalmente contó $3.12 y dijo:
-
Bueno, pienso que tendremos que devolverlos, volveremos otro día y los
compraremos. Ante esto la niña dibujó un puchero en su rostro y dijo:
- "Pero a Jesús le hubieran encantado estos zapatos".
-
Volveremos a casa trabajaremos un poco más y regresaremos por ellos. No
llores, vamos a volver. Sin tardar, yo le completé los tres pesos que
faltaban a la cajera. Ellos habían estado esperando en la cola por largo
tiempo y después de todo era Navidad. En eso un par de bracitos me
rodearon con un tierno abrazo y una voz me dijo:
- "Muchas gracias señora".
Aproveché
la oportunidad para preguntarle qué había querido decir cuando dijo que
a Jesús le encantarían esos zapatos. Y la niña con sus grandes ojos
redondos me respondió: - "Mi mamá está enferma y yéndose al cielo. Mi
papá nos dijo que se iría antes de Navidad para estar con Jesús. Mi
maestra dice que las calles del cielo son de oro reluciente, tal como
estos zapatos. ¿Creo que mi mamá se verá hermosa caminando por esas
calles con estos zapatos?"
Mis
ojos se inundaron al ver una lágrima bajar por su rostro radiante. Por
supuesto que sí, le respondí. Y en silencio le di gracias a Dios porque
estos niños me hicieron recordar el verdadero valor de las cosas.
Ésta
es la historia de un cocinero que debía preparar una sabrosa cena de
Nochebuena. Había trabajado tanto durante los meses precedentes que se
vio abandonado por la inspiración, precisamente en la época más
importante del año. Pasaba el día pensando e ideando menús navideños,
sin que ninguno de ellos lograra satisfacerle. Así llegó la víspera de
Navidad y él seguía huérfano de ideas. Tan cansado estaba que le pudo el
sueño y se quedó dormido sobre la mesa de la cocina, rodeado de libros y
cuadernos de recetas.
Se
vio convertido en un orondo Papá Noel con su abultado saco al hombro, y
viajando a bordo de un bello trineo que se deslizaba silencioso por la
nieve al son de un dulce tintineo de campanillas. Desconocía el lugar al
que se dirigía, pero intuía que el trineo conocía su destino. Porque
debo decir que el vehículo que le transportaba no era tirado por ciervos
ni por renos, sino que únicamente se desplazaba guiado por una fuerza
invisible. Una vez finalizado el viaje, el trineo se detuvo ante una
rústica casita en el bosque, de cuya chimenea escapaba un inmaculado y
cálido humo blanco.
Llamó
a la puerta y ésta se abrió al instante, sin que nadie apareciera tras
ella. Entró en la casa y halló un bello salón decorado con toques
navideños que provocó en él una profunda y hogareña sensación. Un
pequeño abeto le hacía guiños junto a la chimenea encendida, cuyos
troncos crepitaban e iluminaban la estancia con sus llamas, y de la que
colgaban unos calcetines de bellos colores, esperando ser llenados de
regalos. En el centro de la estancia, una acogedora mesa, bellamente
dispuesta y con las velas encendidas, esperaba ser cubierta de manjares.
No había nadie a su alrededor, y sin embargo se sentía acompañado por
presencias invisibles que él percibía, aún sin verlas. Depositó el saco
en el suelo y se dispuso a abrirlo. Desconocía lo que podía albergar y
por un momento sintió que su corazón latía con más fuerza. Se sentó en
una mullida butaca junto a la chimenea y con manos temblorosas empezó a
extraer el contenido.
Lo
primero que apareció fue una bella sopera con una reconfortante Sopa de
Crema, hecha con una gallina entera, aderezada con unos diminutos dados
de su pechuga. Levantó la tapa y una oleada de vapor repleto de aromas
empañó sus gafas. Después, un dorado y casi líquido Queso Camembert
hecho al horno, con aromas de ajo y vino blanco, acompañado de un
crujiente pan hizo que su boca se llenara de agua. Hundió la nariz en él
y lo depositó sobre la mesa. Su tercer hallazgo fue una Pierna de Cerdo
rellena con ciruelas pasas y beicon ahumado que venía acompañada de un
sin fin de guarniciones, a cual más apetitosas: cremoso puré de patata
aromatizado con aceite de ajo y con mostaza, salsas agridulces y
chutneys irresistibles, compota de manzana con vinagre y miel... ¡de
ensueño! Dispuso la inmensa fuente en el centro de la mesa y aspiró los
intensos aromas que aquella sinfonía de contrastes culinarios le
ofrecía. En un rincón del salón, reparó en una mesita auxiliar dispuesta
para los postres y allí colocó un crujiente Strudel de Manzana y nueces
y una espectacular Anguila de Mazapán, una dulcera de cristal que
albergaba una deliciosa compota de Navidad al Oporto y un insólito
helado de Polvorones. Apenas podía creer lo que estaba sucediendo, se
sentía embargado por la emoción. El menú tocaba a su fin y comprendió
que era hora de abandonar aquella cálida casita, para dejar que sus
moradores disfrutaran en la intimidad de las exquisitas viandas que
había traído en su saco. Pensó que los manjares se enfriarían si no lo
hacía pronto, pero comprendió que el calor, material y espiritual, que
invadía todos y cada uno de los rincones de la estancia se encargaría de
mantenerlos a la temperatura adecuada.
Como
toque final a su visita, llenó los calcetines de la chimenea con
figuritas de mazapán, polvorones y turrones, que sin duda harían las
delicias de los niños... y de los menos niños.
Le
despertó el borboteo de un caldo que había dejado en el fuego y que
amenazaba con desbordar el puchero. Era ya de madrugada, pero aún tenía
tiempo de ponerse manos a la obra y elaborar el menú de la casita del
bosque. La fuerza invisible que guiaba el trineo no era otra cosa que el
amor que el cocinero sentía por el mundo de la cocina.
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LA ELECCIÓN
Rod y Tod. Así se llamaban los dos afortunados niños que fueron elegidos para ir a ver al mismísimo Santa Claus en el Polo Norte. Un mágico trineo fue a recogerlos a las puertas de sus casas, y volaron por las nubes entre música y piruetas. Todo lo que encontraron era magnífico, ni en sus mejores sueños lo habrían imaginado, y esperaban con ilusión ver al adorable señor de rojo que llevaba años repartiéndoles regalos cada Navidad.
Cuando llegó el momento, les hicieron pasar a una grandísima sala, donde quedaron solos. El salón se encontraba oscuro y vacío: sólo una gran mesa a su espalda, y un gran sillón al frente. Los duendes les avisaron:
- Santa Claus está muy ocupado. Sólo podréis verlo unos segunditos, así que aprovechadlos bien.
Esperaron largo rato, en silencio, pensando qué decir. Pero todo se les olvidó cuando la sala se llenó de luces y colores. Santa Claus apareció sobre el gran sillón, y al tiempo que aparecía, la gran mesa se llenaba con todos los juguetes que siempre habían deseado ¡Qué emocionante! Mientras Tod corría a abrazar a Santa Claus, Rod se giró hacia aquella bicicleta con la que tanto había soñado. Sólo fueron unos segundos, los justos para que Tod dijera "gracias", y llegara a sentirse el niño más feliz del mundo, y para que Santa Claus desapareciera antes de que Rod llegara siquiera a mirarle. Entonces sintió que había desperdiciado su gran suerte, y lo había hecho mirando los juguetes que había visto en la tienda una y otra vez. Lloró y protestó pidiendo que volviera, pero al igual que Tod, en unas pocas horas ya estaba de regreso en casa.
Desde aquel día, cada vez que veía un juguete, sentía primero la ilusión del regalo, pero al momento se daba la vuelta para ver qué otra cosa importante estaba dejando de ver. Y así, descubrió los ojos tristes de quienes estaban solos, la pobreza de niños cuyo mejor regalo sería un trozo de pan, o las prisas de muchos otros que llevaban años sin recibir un abrazo u oír un "te quiero". Y al contrario que aquel día en el Polo Norte, en que no había sabido elegir, aprendió a caminar en la dirección correcta, ayudando a los que no tenían nada, dando amor a los que casi nunca lo tuvieron, y poniendo sonrisas en las vidas más desdichadas.
Él solo llegó a cambiar el ambiente de su ciudad, y no había nadie que no lo conociera ni le estuviera agradecido. Y una Navidad, mientras dormía, sintió que alguien le rozaba la pierna y abrió los ojos. Al momento reconoció las barbas blancas y el traje rojo, y lo rodeó con un gran abrazo. Así estuvo un ratito, hasta que Rod dijo con un hilillo de voz acompañado por lágrimas.
- Perdóname. No supe escoger lo más importante.
Pero Santa Claus, con una sonrisa, respondió:
- Olvida eso. Hoy era yo quien tenía que elegir, y he preferido pasar un rato con el niño más bueno del mundo, antes que dejarte en la chimenea la montaña de regalos que te habías ganado ¡Gracias!
A la mañana siguiente, no hubo ningún regalo en la chimenea de Rod. Aquella Navidad, el regalo había sido tan grande, que sólo cabía en su enorme corazón.
Rod y Tod. Así se llamaban los dos afortunados niños que fueron elegidos para ir a ver al mismísimo Santa Claus en el Polo Norte. Un mágico trineo fue a recogerlos a las puertas de sus casas, y volaron por las nubes entre música y piruetas. Todo lo que encontraron era magnífico, ni en sus mejores sueños lo habrían imaginado, y esperaban con ilusión ver al adorable señor de rojo que llevaba años repartiéndoles regalos cada Navidad.
Cuando llegó el momento, les hicieron pasar a una grandísima sala, donde quedaron solos. El salón se encontraba oscuro y vacío: sólo una gran mesa a su espalda, y un gran sillón al frente. Los duendes les avisaron:
- Santa Claus está muy ocupado. Sólo podréis verlo unos segunditos, así que aprovechadlos bien.
Esperaron largo rato, en silencio, pensando qué decir. Pero todo se les olvidó cuando la sala se llenó de luces y colores. Santa Claus apareció sobre el gran sillón, y al tiempo que aparecía, la gran mesa se llenaba con todos los juguetes que siempre habían deseado ¡Qué emocionante! Mientras Tod corría a abrazar a Santa Claus, Rod se giró hacia aquella bicicleta con la que tanto había soñado. Sólo fueron unos segundos, los justos para que Tod dijera "gracias", y llegara a sentirse el niño más feliz del mundo, y para que Santa Claus desapareciera antes de que Rod llegara siquiera a mirarle. Entonces sintió que había desperdiciado su gran suerte, y lo había hecho mirando los juguetes que había visto en la tienda una y otra vez. Lloró y protestó pidiendo que volviera, pero al igual que Tod, en unas pocas horas ya estaba de regreso en casa.
Desde aquel día, cada vez que veía un juguete, sentía primero la ilusión del regalo, pero al momento se daba la vuelta para ver qué otra cosa importante estaba dejando de ver. Y así, descubrió los ojos tristes de quienes estaban solos, la pobreza de niños cuyo mejor regalo sería un trozo de pan, o las prisas de muchos otros que llevaban años sin recibir un abrazo u oír un "te quiero". Y al contrario que aquel día en el Polo Norte, en que no había sabido elegir, aprendió a caminar en la dirección correcta, ayudando a los que no tenían nada, dando amor a los que casi nunca lo tuvieron, y poniendo sonrisas en las vidas más desdichadas.
Él solo llegó a cambiar el ambiente de su ciudad, y no había nadie que no lo conociera ni le estuviera agradecido. Y una Navidad, mientras dormía, sintió que alguien le rozaba la pierna y abrió los ojos. Al momento reconoció las barbas blancas y el traje rojo, y lo rodeó con un gran abrazo. Así estuvo un ratito, hasta que Rod dijo con un hilillo de voz acompañado por lágrimas.
- Perdóname. No supe escoger lo más importante.
Pero Santa Claus, con una sonrisa, respondió:
- Olvida eso. Hoy era yo quien tenía que elegir, y he preferido pasar un rato con el niño más bueno del mundo, antes que dejarte en la chimenea la montaña de regalos que te habías ganado ¡Gracias!
A la mañana siguiente, no hubo ningún regalo en la chimenea de Rod. Aquella Navidad, el regalo había sido tan grande, que sólo cabía en su enorme corazón.
La
Conferencia de Regalos de Navidad de aquel año estaba llena hasta la
bandera. A ella habían acudido todos los jugueteros del mundo, y muchos
otros que no eran jugueteros pero que últimamente solían asistir, y los
que no podían faltar nunca, los repartidores: Santa Claus y los Tres
Reyes Magos. Como todos los años, las discusiones tratarían sobre qué
tipo de juguetes eran más educativos o divertidos, cosa que mantenía
durante horas discutiendo a unos jugueteros con otros, y sobre el tamaño
de los juguetes. Sí, sí, sobre el tamaño discutían siempre, porque los
Reyes y Papá Noel se quejaban de que cada año hacían juguetes más
grandes y les daba verdaderos problemas transportar todo aquello...
Pero algo ocurrió que hizo aquella conferencia distinta de las anteriores: se coló un niño. Nunca jamás había habido ningún niño durante aquellas reuniones, y para cuando quisieron darse cuenta, un niño estaba sentado justo al lado de los Reyes Magos, sin que nadie fuera capaz de decir cuánto tiempo llevaba allí, que seguro que era mucho. Y mientras Santa Claus discutía con un importante juguetero sobre el tamaño de una muñeca muy de moda, y éste le gritaba acaloradamente "¡gordinflón, que si estuvieras más delgado, más cosas te cabrían en el trineo!", el niño se puso en pie y dijo:
- Está bien, no discutáis. Yo entregaré todo lo que no puedan llevar ni los Reyes ni Papá Noel.
Los asistentes rieron a carcajadas durante un buen rato sin hacerle ningún caso. Mientras reían, el niño se levantó, dejó escapar una lagrimita y se fue de allí cabizbajo...
Aquella Navidad fue como casi todas, pero algo más fría. En la calle todo el mundo continuaba con sus vidas y no se oía hablar de todas las historias y cosas preciosas que ocurren en Navidad. Y cuando los niños recibieron sus regalos, apenas les hizo ilusión, y parecía que ya a nadie le importase aquella fiesta.
En la conferencia de regalos del año siguiente, todos estaban preocupados ante la creciente falta de ilusión con se afrontaba aquella Navidad. Nuevamente comenzaron las discusiones de siempre, hasta que de pronto apareció por la puerta el niño de quien tanto se habían reído el año anterior, triste y cabizbajo. Esta vez iba acompañado de su madre, una hermosa mujer. Al verla, los tres Reyes dieron un brinco: "¡María!", y corriendo fueron a abrazarla. Luego, la mujer se acercó al estrado, tomó la palabra y dijo:
- Todos los años, mi hijo celebraba su cumpleaños con una gran fiesta, la mayor del mundo, y lo llenaba todo con sus mejores regalos para grandes y pequeños. Ahora dice que no quiere celebrarlo, que a ninguno de ustedes en realidad le gusta su fiesta, que sólo quieren otras cosas... ¿se puede saber qué le han hecho?
La mayoría de los presentes empezaron a darse cuenta de la que habían liado. Entonces, un anciano juguetero, uno que nunca había hablado en aquellas reuniones, se acercó al Niño, se puso de rodillas y dijo:
- Perdón, mi Dios; yo no quiero ningún otro regalo que no sean los tuyos. Aunque no lo sabía, tú siempre habías estado entregando aquello que no podían llevar ni los Reyes ni Santa Claus, ni nadie más: el amor, la paz, y la alegría. Y el año pasado los eché tanto de menos...perdóname.
Uno tras otro, todos fueron pidiendo perdón al Niño, reconociendo que eran suyos los mejores regalos de la Navidad, esos que colman el corazón de las personas de buenos sentimientos, y hacen que cada Navidad el mundo sea un poquito mejor...
Pero algo ocurrió que hizo aquella conferencia distinta de las anteriores: se coló un niño. Nunca jamás había habido ningún niño durante aquellas reuniones, y para cuando quisieron darse cuenta, un niño estaba sentado justo al lado de los Reyes Magos, sin que nadie fuera capaz de decir cuánto tiempo llevaba allí, que seguro que era mucho. Y mientras Santa Claus discutía con un importante juguetero sobre el tamaño de una muñeca muy de moda, y éste le gritaba acaloradamente "¡gordinflón, que si estuvieras más delgado, más cosas te cabrían en el trineo!", el niño se puso en pie y dijo:
- Está bien, no discutáis. Yo entregaré todo lo que no puedan llevar ni los Reyes ni Papá Noel.
Los asistentes rieron a carcajadas durante un buen rato sin hacerle ningún caso. Mientras reían, el niño se levantó, dejó escapar una lagrimita y se fue de allí cabizbajo...
Aquella Navidad fue como casi todas, pero algo más fría. En la calle todo el mundo continuaba con sus vidas y no se oía hablar de todas las historias y cosas preciosas que ocurren en Navidad. Y cuando los niños recibieron sus regalos, apenas les hizo ilusión, y parecía que ya a nadie le importase aquella fiesta.
En la conferencia de regalos del año siguiente, todos estaban preocupados ante la creciente falta de ilusión con se afrontaba aquella Navidad. Nuevamente comenzaron las discusiones de siempre, hasta que de pronto apareció por la puerta el niño de quien tanto se habían reído el año anterior, triste y cabizbajo. Esta vez iba acompañado de su madre, una hermosa mujer. Al verla, los tres Reyes dieron un brinco: "¡María!", y corriendo fueron a abrazarla. Luego, la mujer se acercó al estrado, tomó la palabra y dijo:
- Todos los años, mi hijo celebraba su cumpleaños con una gran fiesta, la mayor del mundo, y lo llenaba todo con sus mejores regalos para grandes y pequeños. Ahora dice que no quiere celebrarlo, que a ninguno de ustedes en realidad le gusta su fiesta, que sólo quieren otras cosas... ¿se puede saber qué le han hecho?
La mayoría de los presentes empezaron a darse cuenta de la que habían liado. Entonces, un anciano juguetero, uno que nunca había hablado en aquellas reuniones, se acercó al Niño, se puso de rodillas y dijo:
- Perdón, mi Dios; yo no quiero ningún otro regalo que no sean los tuyos. Aunque no lo sabía, tú siempre habías estado entregando aquello que no podían llevar ni los Reyes ni Santa Claus, ni nadie más: el amor, la paz, y la alegría. Y el año pasado los eché tanto de menos...perdóname.
Uno tras otro, todos fueron pidiendo perdón al Niño, reconociendo que eran suyos los mejores regalos de la Navidad, esos que colman el corazón de las personas de buenos sentimientos, y hacen que cada Navidad el mundo sea un poquito mejor...
Cuenta una leyenda que a un angelito que estaba en el cielo, le tocó su turno de nacer como niño y le dijo un día a Dios:
- Me dicen que me vas a enviar mañana a la tierra. ¿Pero, cómo vivir? tan pequeño e indefenso como soy.
- Entre muchos ángeles escogí uno para ti, que te está esperando y que te cuidará.
- Pero dime, aquí en el cielo no hago más que cantar y sonreír, eso basta para ser feliz.
- Tu ángel te cantará, te sonreirá todos los días y tú sentirás su amor y serás feliz.
-¿Y cómo entender lo que la gente me hable, si no conozco el extraño idioma que hablan los hombres?
-
Tu ángel te dirá las palabras más dulces y más tiernas que puedas
escuchar y con mucha paciencia y con cariño te enseñará a hablar.
-¿Y qué haré cuando quiera hablar contigo?- Tu ángel te juntará las manitas te enseñará a orar y podrás hablarme.
- He oído que en la tierra hay hombres malos. ¿Quién me defenderá?
- Tu ángel te defenderá más aún a costa de su propia vida.
- Pero, estaré siempre triste porque no te veré más Señor.
-
Tu ángel te hablará siempre de mí y te enseñará el camino para que
regreses a mi presencia, aunque yo siempre estaré a tu lado.
En
ese instante, una gran paz reinaba en el cielo, pero ya se oían voces
terrestres, y el niño presuroso repetía con lágrimas en sus ojitos
sollozando...
-¡Dios mío, si ya me voy dime su nombre!. ¿Cómo se llama mi ángel?
- Su nombre no importa, tú le dirás: ¡MAMÁ!
Todos
conocemos a los tres Reyes Magos, Melchor, Gaspar y Baltasar. Muchos de
nosotros tal vez nos hemos preguntado cómo siguen entregando regalos a
los niños a través del tiempo. ¿Cómo puede ser que sepamos de ellos
desde el día que le dieron sus ofrendas al niño Dios y luego hayan
seguido entregando regalitos a nuestros bisabuelos, a nuestros abuelos, a
nuestros padres y a los que hoy son niños? Existe una leyenda al
respecto. Como tal, no sabemos a ciencia cierta si es real o no, pero
vale la pena contarla.
Melchor,
Gaspar y Baltasar luego de entregar sus obsequios al niño Jesús se
sintieron tan felices y satisfechos con tu tarea, que pensaron en hacer
regalos a todos los niños del mundo también para la misma fecha.
Pensaron también, que algún día serían ya viejitos para tanto viaje en
camello y entonces encomendaron a sus hijos seguir con tan hermoso
legado.
Cada
uno tenía un hijo varón que se llamaba igual que ellos por lo que,
salvo algún rasgo físico no hubo mayor cambio. Los hijos de los Reyes
pensaron a su vez lo mismo y pidieron a sus ángeles guardianes que les
dieran la bendición de tener hijos varones a quienes encomendar su
misión de hacer felices a los niños. Por mucho tiempo así fue, cada
Melchor, Gaspar y Baltasar tenía a su hijo varón a quien daba el mismo
nombre y a quien encomendaba su legajo cuando envejecía. Sin embargo, un
día de primavera uno de los angelitos se distrajo y Melchor, tuvo como
primer hijo, una hermosa niña.
Aunque
feliz por el nacimiento de su hija, no pudo dejar de preocuparse por la
misión que tenía encomendada. Dijo que lo intentaría de nuevo y así
llegó a las diez hijas mujeres, ni un solo varón. A la más pequeña, ya
sin esperanzas de tener un heredero, la llamó Melchorcita. La
preocupación de los tres Reyes y sus herederos era justificada. ¿Cómo
harían ahora que sólo había dos jóvenes Gaspar y Baltasar y ningún
Melchor? Ninguno estaba en contra de las mujeres, pero consideraban que
sentarse en un camello, viajar miles y miles de kilómetros y cargar
bolsas repletas de juguetes, era tarea de hombre. Sin embargo, el Día de
Reyes, era tal vez el más esperado por los niños y no podían fallarles.
Melchorcita,
siendo ya una joven y cuando empezaba a notarse el cansancio de su
padre, decidió que nada impediría que ella cumpliera con el que
consideraba su deber. Se colocó el traje que su papá tenía reservado y
se sintió feliz. No le quedaba muy lindo que digamos, muy holgado, por
no decir enorme, pero aún así, ella sentía que le sentaba de maravillas y
no se equivocada. Luego de dos semanas, tres días y diez horas de
discusión, convenció a sus primos que ella podría hacer el trabajo tan
bien o mejor que ellos.
El
primer Día de Reyes no fue del todo fácil. Tan grande le quedaba el
traje de seda, que más allá de resbalarse del camello, se pisaba la capa
cada vez que bajaba a dejar un regalo. La corona le caía sobre los
ojos, lo que ocasionaba que guiara mal a su pobre camello que extrañaba
jinetes más experimentados.
– Esto no va a funcionar – Decía Gaspar agarrándose la cabeza.
– Creo que mejor seguimos solos nosotros dos ¿Te parece? – Preguntó Baltasar.
Antes que Gaspar pudiera contestar, se escuchó la voz potente de Melchorcita que decía:
– ¡De ninguna manera! Esta misión también es mía y la voy a cumplir como sea.
Ambos
Reyes se resignaron y viendo que nada podían hacer para detener a su
prima, le permitieron seguir viaje. La joven había leído atentamente
cada una de las cartitas, por lo que aprendió a conocer mejor que muchos
otros Reyes a los niños que las habían escrito. Cuando dejaba un
regalito, y sabiendo bien para quien era cada uno, dejaba notas junto a
los juguetes tales como: “Toma la sopa tan rica que hace tu mamá” o “No
duermas tan desabrigado, te vas a resfriar” o “No es bueno que comas
tantos caramelos”.
Los
niños de esa época se sorprendían un poco de encontrar junto a una
pelota de fútbol un cartelito rosa con flores dibujadas que dijera “ten
cuidado al patear que puedes lastimar a alguien”. Con el tiempo, todos
se acostumbraron y hasta esperaban las famosas notas que, a veces,
ayudaban a los papás a que sus hijitos se portarán mejor.
Por
varios años todo estuvo tranquilo, hasta que Melchorcita se enamoró, se
casó y comenzó a distraerse mucho. En una casa, junto a las zapatillas,
dejó una traba para el cabello.
Grande fue la sorpresa de los padres pues sólo tenían hijos varones y
más aún, la de los niños que ni siquiera sabían para que servía tal
elemento. En otra casa, al ver que la niña que vivía había dejado unos
zapatos con tacón poco acordes a su edad, le dejó una notita que decía
“No es bueno usar tanto tacón, te puede pasar como a mí y caerte”.
Desconcertada, la niña quedó pensando en por qué un Rey Mago usaría
tacones. En cada hogar un error, una pista que hizo pensar a los niños
de esa época que uno de los famosos Reyes Magos era una mujer.
El rumor corrió de tal manera que llegó a los oídos de Gaspar y Baltasar.
– ¡No podemos dejar que esto se sepa! – vociferaba Gaspar.
– Tampoco podemos quitarle su derecho de hacer felices a los niños – dijo Baltasar.
– Algo habrá que hacer, pero no se qué realmente – comentó muy preocupado Gaspar.
El angelito estaba escuchando y dispuesto a arreglar su distracción de tantos años atrás, puso manos a la obra.
En
poco tiempo, todo el reino supo que Melchorcita estaba embarazada. Para
antes del día de Reyes dio a luz a un hermoso varón, a quien por
supuesto llamó Melchor. Continuó haciendo su trabajo cada vez con más
cuidado, hasta que su hijo fue un jovencito. Ya no dejaba pista alguna,
pero sí continuaba con su costumbre de escribir las famosas notitas.
Llegó un día en que su hijo Melchor tuvo edad suficiente para hacerse
cargo del legajo que, esta vez, dejaba su madre y lo hizo con orgullo y
mucha dedicación junto a sus primos.
Dice
la leyenda que el angelito jamás volvió a distraerse y en cada
descendencia de Melchor, Gaspar y Baltasar, siempre hubo un hijo varón.
Dice también la leyenda que los que fueron niños en esos días atesoran
esas hermosas notitas escritas con letra de mamá y los que lo son ahora,
lamentan no recibirlas.
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Cuentos de Navidad
jueves, 12 de diciembre de 2019
DÍA DE LA LECTURA, 16 DE DICIEMBRE
¡Hola Lectores!
El 16 de diciembre se celebra en Andalucía el Día de la Lectura.
¿Por qué?
El día 16 de diciembre se conmemora el nacimiento de Rafael Alberti.
Proponemos para este día en el que la lectura y la poesía son las protagonistas las siguientes actividades para que trabajéis con vuestros alumnos. Podéis realizar las dos o elegir una de ellas.
1ª Actividad: "Escribimos un cuento entre todos"
La actividad consiste en redactar un cuento en el que se personifique a la Poesía. La personificación es un recurso literario que consiste en atribuir vida, acciones o cualidades propias del ser racional al irracional, o a las cosas inanimadas, incorpóreas o abstractas.
El cuento se realizará con la participación de los alumnos y dará comienzo de la siguiente manera:
"La
historia que vamos a contar sucedió en un pueblecito andaluz, donde
la gente tenía fama de hospitalaria. Un día llegó Poesía tras un largo viaje. Estaba triste y abatida porque las personas se habían olvidado de ella..."
A continuación cada alumno irá
introduciendo a esa historia lo que se le vaya ocurriendo.
Participarán todos siguiendo un turno, que puede ser la propia
disposición del alumnado en el aula por filas. Se hará una ronda o varias,
teniendo que finalizar la historia el último alumno.
Aquellos cuentos originales aparecerán en el blog de la Biblioteca.
Os animamos a que seáis escritores
Leer te transporta a mundos lejanos, te hace vivir aventuras diferentes, te hace vivir experiencias, te hace pensar...
¿Qué obras o autores relacionarías con las imágenes que van apareciendo en el video Leer en corto?Las imágenes hacen referencia a lugares del mundo, monumentos emblemáticos, etc. Se trata de buscar autores y/u obras que puedan identificarse con ellas.
Os animamos a que busquéis autores y obras
Fuente: Leer en corto. Fomento de la Lectura
MUCHAS GRACIAS POR VUESTRA COLABORACIÓN
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